El Patrón

El Patrón era así, algo descuidado al momento de meterse la camisa dentro del pantalón, dejándola desparramada por un lado y otro. Tenía una serie de tics, cogía y tiraba de un mechón izquierdo del cabello cuando pensaba en algo por más de treinta segundos, cuando por algún motivo algo daba vueltas por la testa. Hiperactivo, caminando por todo el rancho, yendo de un establo a otro, tenía la necesidad de saberlo todo, quería verlo todo, ese eran su afán, quería saber todo lo que él dirigía, a veces quería saber más allá de los que le correspondía, saber de las personas que trabajaban para él, si algunas de ellas tenía un enredo amoroso, si el capataz se revolcaba con la mucama, si la mucama sacaba los pies del plato, si la lechera tetona era de cascos ligeros y si podría entrarle ahí, quería saberlo no para botarlos sino con el fin de aplacar el morbo que a veces le carcomía el cerebro y lo ponía nervioso.

En su biblioteca tenía tantos libros del comunismo que fácilmente llenaban estantes, libros sobre la igualdad de derechos, donde se encontraban subrayadas partes sobre la no explotación de clases, la línea horizontal que marcaba a cada individuo. Cuando alguien veía esa biblioteca se preguntaba ¿donde carajo dejó todo esos conceptos?, quizás cuando heredó todas estas tierras, cuando empezó a llenar sus bolsillos de billetes verdes o cuando se compró ese carro que no necesitaba ser encerado para que brille como lo hacía.  

El hecho es que EL Patrón había mandado todo la memoria de estos libros al retrete, le importaba un bledo si tenía que descontarle a sus peones de su paupérrimo salario de un mes porque no fue al rancho y estaba enfermo, le importaba un pito si la hija del jefe de rancho estaba muy enferma y tuvo que faltar  “y para que vas tú, para eso está su mamá”. Siempre decía que el mejor remedio para alguna enfermedad viciosa es el trabajo. “Si no vienes a trabajar para qué te voy a pagar”, sin importar el porque ni los motivos, El Patrón creía justa la paga misérrima que daba a sus peones, como si fuera papel higiénico  desechaba las peticiones para un mejor pago de aquellos empleados que se lo solicitaban (con risas sardónicas y amenazas soterradas), se zurraba en todo aquel que venia a tocarle la puerta “yo sé como muevo mi rancho carajo”

Fidel había trabajado para el Patrón mucho tiempo, desde que vino de provincia, desde que EL Patrón aún no heredaba las tierras, desde que aún no había tantos caballos en el rancho ni la casa estaba tan construida como ahora. Él era un tipo bastante campechano, el mote que había traído de su natal Huancayo no se le había ido, de cabello corto y raya al costado, nariz aguileña, arrugas que se habían marcado con el tiempo y una siempre delgada y escuálida silueta. Fidel fue un fiel peón de su familia, les servia desde tiempos insospechados, todos conocían a Fidel porque si trabajabas para El Patrón era una ley universal conocerlo. Fidel había dejado de ser un simple peón para convertirse en el jefe de los peones, el superpeón, el gran peón, el maestro peón. Fidel era respetado por todos los peones del rancho, se había ganado su confianza a base de pulso. No le costó mucho porque él había estado en los dos frentes, había sido el más joven sirviente hasta llegar a donde estaba, un pequeño peldaño más arriba de los demás.

El Patrón sabía la importancia que tenía Fidel dentro de su rancho, no podía sacarlo aunque más de una vez se le pasó por la cabeza porque Fidel no era santo de su devoción, en realidad para El Patrón no había santo al cual le tenía que rezar, no creía en Dios “ir a misa es para los vagos que quieren perder tiempo”. No tenía amigos en el trabajo, compartía sonrisas fingidas e hipócritas, pero no sabías cuando algunos de esos mohines era verdadero, todos creían que su risa era un falsete, un espejismo, mas creíble era su forma de amargarse, cuando tenia una semana jodida, cuando venia y soltaba sapos y culebras por la boca y tiraba rayos por el culo, ahí era verdadero, ahí todos creían que era él, ahí todos sabían que era El Patrón.

Muchos chicos aprovechaban en días de celebración cuando El Patrón tomaba, porque le gustaba tomar tragos de más, para poder acercarse a él y tener por lo menos un intercambio de bromas, pero era algo irónico porque sabían que al día siguiente El Patrón ya no se acordaría de nada.

Todos también le tenían respeto a Fidel, porque Fidel aunque “amigo” era el mas chismoso de todo el rancho, El Patrón como sabia de sus recorridos por todas las tierras le encargó que le diga todo, todo aquello que alcanzaban sus ojos, todo aquello que escuchaban sus odios, Fidel estaba encantado de hacerlo porque siempre había un pago demás, monedas que en realidad no eran tantas, porque ya sabemos que El Patrón no era manirroto, y aunque aquello podía ocasionarle un disgusto eso de dar plata, él no daba nada a cambio de nada. Así que Fidel era el indicado para regar el chisme e inventarlos total lo importante era siempre decir algo.
Fidel se creía el intocable dentro del rancho, el que estaba detrás de él, pero en realidad (tan ensimismado en ese seudo-poder estaba) que no sabía que era un engranaje más en la maquina de hacer dinero de EL Patrón.

(..)

La avanzada edad del padre de Fidel hizo que caiga en una enfermedad complicada, ya las cartas estaban echadas para El Viejo, ya nada se podía hacer, el cáncer avanzó más rápido de lo esperado, los familiares ya se habían reunido en la precaria casa de provincia donde vivían los padres de Fidel, todos sentados alrededor de la sala, las señoras con sus manos entrelazadas colgando de ellas un rosario, un señor fumando en el filo de la puerta, todo ese ambiente era una gran sala de espera, donde todos esperaban el final, que era el único camino en el que tenia que acabar El Viejo. Todas los familiares ya estaba ahí, pero aún el viejo se resistía a su muerte, aun no quería irse, todos comentaban que estaba esperando a su hijo, Fidel.

(..)

Fidel, estaba dando vueltas a piscina del rancho, indicando a los peones que deberían ser más minuciosos al momento de limpiar, ¡Fidel una llamada! Se retira de la piscina y deja ordenes para dejar la piscina de El Patrón, limpia, pulcra, como a él le gustaba. Cuando alzo el auricular se escucho una voz un tanto entrecortada por la distancia, además der la congoja que hacía posar un nudo en la garganta de la mujer al otro lado de la línea. Era la hermana de Fidel, ¡El Viejo agoniza, vente pronto por favor! A Fidel la noticia le perforó el corazón, el mismo nudo en la garganta que parecía tener su hermana lo poseyó, los ojos rojos contenían esas lágrimas que silenciosas surcaban sus mejillas argentadas, agarraba con fuerza el auricular como si con ello pudiera detener ese camino final al que su padre había sido arrojado los últimos días.

Fidel quería salir disparado hacia su pueblo, pero no podía, había que rendirle cuentas a EL Patrón.

Todo el día busco conversar desesperadamente con EL Patrón, pero este parecía corrérsele, parecía que se le escapaba, parecía que sabía que Fidel le pediría permiso para irse y lo último que quería era dejarlo ir en plena época de cosecha, de apogeo. Por fin lo encontró, era una tarde de miércoles, El Patrón tenia el pecho mojado del sudor de tanto caminar por todo sus dominios, (El Patrón sudaba hasta por pensar), su hedor se dejaba traslucir entre las humedades de su camisa. Fidel aún con el nudo en la garganta le pido al El Patrón salir del Rancho para ir hasta su pueblo, El Patrón aun con la camisa sudada, lo miró sin atisbo de emoción, respiró hondo, cogió el mechón izquierdo de su cabello, simuló pensar un rato, serian tres días sin respaldo, lo siguió pensando, esta vez de verdad, y le dijo que NO, Fidel lo miró desconcertado, sin creer realmente lo que le había dicho ¿Sabía El Patrón? ¿Sabía que el viejo de Fidel moría muy lejos? Pero para todo eso El Patrón tenía una respuesta, y se lo dijo con la voz meliflua, como queriendo congraciarse, hacerle entender, y es que para él era innecesario darse todo un viaje para algo que era inevitable. Fidel seguía mirándolo con odio, el nudo se la garganta se le acentúo más, salió de su oficina y se fue a mezclar las lagrimas de cólera, odio y congoja con el cloro de la limpia y pulcra piscina.

Los siguientes días Fidel la pasó entre el trabajo y el teléfono, odiando a El Patrón, con pena por El Viejo, esperando el fin de semana y rezando, aunque nunca lo hacía, salvo casos contados, para que el viejo aguante hasta el sábado, día en el que Fidel podría llegar. El Patrón seguía su rutina, sudando como un puerco y trabajando, para llenar más sus bolsillos de billetes verdes, para llenar más sus arcas, para no tener que sacar lustre a su carro súper brilloso.

(…)

En la sala todos seguían rezando, no comprendían porque Fidel no llegaba, el mismo señor en el filo de la puerta fulminando sus pulmones por el humo del tabaco, la misma señora con el rosario en su mano, y los familiares que entraban y salían del cuarto del viejo. El viernes por la tarde el reloj se detuvo igual que el corazón del viejo, ahora los miembros de la sala estaba acompañados por el cajón de El Viejo, la sala estuvo llena de rezos, llantos, resignación y humo del señor que no dejaba de fumar al borde de la puerta.

Fidel metido en el baño lloraba la partida de su viejo, lloraba con rencor y odio, lloraba por que no pudo ver por ultima vez la mirada gastada de su padre, el sol caía y José ya quería partir del rancho. Ese día se cruzo más de una vez con El Patrón, se notaban claramente sus ojos llorosos, el resquebrajamiento de su alma. Antes de partir, escucha la voz ronca de El Patrón pronunciando su nombre, se dirigía hacia él y le da un abrazo escueto, contenido, dándole el pésame por la partida de su papá. José, hizo el ademán de abrazarlo, pero lo que quería era romperle la boca y colgarlo de los huevos, solo asintió y se secó la mano del sudor asqueroso que se impregno cuando rozo su espalda. Fidel se fue rápido, masticando el odio, El Patrón no tenia remordimiento, solo esperaba al día siguiente, día de más cosecha y de más billetes verdes.

Nadie menciono el tema, todos comentaban lo desgraciado que fue El Patrón, todos pensaban que de alguna forma lo pagaría, pero nadie sabía cómo.

A las tres semanas, el papá de El Patrón murió, un infarto le arrancó la vida repentinamente, Fidel sintió lastima mezclada con una satisfacción maliciosa, ese día nadie trabajó en el rancho.


Comentarios

Kenia C• ha dicho que…
Pobre Fidel, pero así va la vida.

Me gusta como relatas, haces fácil el leerte.

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