Historias de volante.

Simplemente hay mañanas que no soporto todo ese batallar y decido ir cómodamente sentado en un taxi aunque ese privilegio melle en algo mi billetera, pero no importa, cualquier cosa por evadir todo ese trance. Lo excepcional de un taxi, es, primero, la comodidad y el ahorro de tiempo que puedes llegar a tener, ya no mas paradas en cada esquina, a cambio tienes todo un trayecto libre y rápido hacia tu destino, cómodamente sentado mirando apaciblemente a través de la ventana y escuchando las canciones que has seleccionado en tu mp3.
Lo particular de los taxis es que muchos de los conductores no suele quedarse callado, se meten la lora del planeta, recuerdo dos en particular.
Uno que sin quererlo me empezó a hablar. Estratégicamente me había posicionado en el asiento de atrás para evitar ese carmoso dialogo que en ese momento no tenia ganas de entablar. Contra mi voluntad empezamos a hablar y el taxista me dice que él debió estar en la universidad y luego fácil hubiera estado en el congreso, por su espejo retrovisor alcanzó a ver mi sonrisa algo burlona y me respondió ¿que no me crees? Luego empezó a soltar una serie de preguntas como en las que vienen en el librito de un sol de cultura general, ¿Quién descubrió América? ¿Quién fue el primer hombre en pisar la Luna? Obras de una serie de presidentes del Perú, la verdad que del cuestionario que me planteó no todas tuvieron respuesta, mi memoria de largo plazo no llegaba a recordar mi época en que deglutía todo tipo de libro, de historia, de cultura general y aunque respondí algunas de las interrogantes otras se me pasaron y era prácticamente atacado por este taxista que sabía de pe a pa todo referente a historia. Lo sorprendente es que aparte de darme la respuesta lo acompañada de una breve descripción de los hechos, todo un maestro. Era todo un tinterillo, hablando a más no poder, tratando de dejar claro su sabiduría, yo aun estupefacto seguía sonriendo mirando y escuchando la cátedra que el taxista daba.
Se expresaba tan bien, como si su taxi lo hubiera convertido en el más renombrado auditorio, su asiento se haya convertido en un podio de caoba fina, y el volante un micrófono con el cual todo su renombrado público lo escuchaba. Se mandaba un floro bravo, mientras que yo representaba ese público encandilado con ese floro callejero sustentado en base a ese librito de sol. Cuando llegué a mi destino, supe que nunca iba a olvidar a ese taxista, tan jovial, tan lleno de optimismo, tan letrado, tan memorístico, tan dotado de ese verso callejero, tan congresista, tan catedrático, tan genio como el mismo se lo creía.
Me topé con otro taxista, de seguro también ustedes se lo han topado, el taxista de antaño, el viejito jubilado que te cuenta todo las aventurillas del pasado, te cuenta que todo lo pasado fue mejor, que antes había mas respeto, que antes era todo Lima era la tierra de nunca jamás, era una tierra perfecta, ves por la ventana y te preguntas que le pasó a la Lima, ¿cuándo se convirtió en horrible? Cuando se congestionó tanto, cuando se pobló de tanto choro y de tantas combis asesinas, volteas miras al abuelito y crees que todo es una fabula, no crees que esa Lima que ves a través del parabrisas sea la misma que el viejito te cuenta, crees que en ves de parecerse a Guepeto, debió ser Pinocho por todas las mentiras que te cuenta.
Pero después le das crédito, te dices, si el viejito lo dice con tanta vehemencia es porque en algún eso pudo ser cierto, pudo sentir esa maravilla de tierra, si antes existieron los Nenes Cubillas, Los Cholo Sotil, porque no creerle al tio.
Luego me soltó un consejo que bien aprendido lo tengo. Me dijo unas sabias palabras, “Lo primero por donde se comienza a ver la presencia de un caballero, es por sus zapatos, así que deben estar impecables” mientras que escondía mis zapaos que minutos antes se habían mezclado con la arena de la construcción de la esquina, quedando literalmente en la ruina. El señor de antaño, mientras conducía y me daba ese floro del zapato, llegó a ojear los míos, que intentaba, sin éxito, esconderlos y movió ligeramente la cabeza, desaprobando lo asqueroso de mi calzado.
Cuando llegué al trabajo lo primero que hice es sacar un brillo espectacular a mi prenda, porque sabía que más sabe diablo por viejo que por taxista.
La aventura de subir a un taxi es encontrarte con personajes únicos en el volante, lastimosamente por estos días el tomar un taxi se ha convertido en un acto algo suicida, por los accidentes y robos que hay, pero la parte enriquecedora de un taxi esta en entablar ese pequeño gran dialogo con esas personas que conocen tanto del lugar donde vivimos, conocen tanto de nuestro presente como de nuestro pasado. Diría que aparte de la comodidad, del ahorro de tiempo que te da un taxi, lo mas chévere son los personajes detrás de todo ese fierro amarillo.
Comentarios
pero tienes razón, a veces los señores de los taxis tienen unas cosas que te cuentan que son simplemente geniales.
Besitos Raùl.
Bien.