Las mil y una ...

Las botellas de cervezas iban y venían en el ambiente que se ponía cada vez más bohemio. Mientras que él volteaba a beber con sus amigos las ráfagas de luces aparecían, los tragos ya lo tomaban por sorpresa, el licor subía lentamente a su cabeza, su departamento estaba empachado con la música de los 80 que tanto gustaba escuchar, dos damas al frente del sillón, la enamorada de su amigo y una más del montón. En la otra esquina sus dos hermanos, un amigo de la infancia y una dama que alguna vez hizo suya en los alocados días de la universidad. Al lado del espejo dos amigos, un escritor y el otro un periodista los cuales intercambiaban opiniones sobre fotografía y negocios y él, un literato que celebraba sus treinta y pico, entre amigos, pisco y cerveza.

Mientras Cerati sonaba, él cada vez más embalado iba de tumbo en tumbo a una y otro grupo. Le gustaba estar en el grupo de sus hermanos, siempre tuvo un aprecio infinito hacia ellos y creyó que aun siendo el mayor nunca fue un gran ejemplo, sin embargo algo de su personalidad se imprimió en ellos. Luego iba al grupo del escritor y el periodista, un grupo mucho más tranquilo que aún no había sucumbido al licor. Mientras conversaba con ellos llegó Marla una chica de pómulos prominentes, labios no tan carnosos, contextura delgada y con ojos avispados; un atuendo tentador, con una falda corta, a pesar del invierno inclemente, pantis negras, un escote sugerente y una copa de licor en su mano derecha.  
Marla le clavo los ojos al escritor, le importaba poco la mirada inquisidora de su enamorado, un enamorado engatusado por la burda belleza, si es que la tenía, de Marla, un enamorado hipnotizado por ella y que se dejaba humillar fácilmente por sus desplantes. Marla parecía disfrutar de esa situación sabia como mover bien sus caderas para que su falda deje notar con mayor claridad sus pantis negras, el escritor y el periodista se dieron cuenta rápidamente de su debilidad, los hombres, la cama, el sexo.
 
Su enamorado le clavó la mirada, no quería que aleje de él, pero ella gozaba de una libertad infinita que no conocía de ataduras ni posesiones. Reconoció en el escritor y el periodista algo que le atrajo, hablaba y preguntaba a cada rato sus nombres, como tratando de no olvidarse más de ellos, y de continuar una conversación más fluida.

En unos de esos juegos, el periodista quiso ayudar a Marla a que recordara su nombre, pero ella lo cayó rápidamente, no me digas, que yo me acordaré, cuando su enamorado vio ese jugueteo provocativo de su enamorada, se levantó del sofá y sintió la terrible pegada del vodka que bebía mientras la miraba, sentía que caminaba sobre una colchón y sin poner resistencia se entregó a la embriaguez, empezó a servirse más trago y a pararse a lado de Marla cual centinela, mientras ella seguía jugueteando con sus dos nuevos amigos.
Su enamorado se descontrolaba cada vez más y no medía las consecuencias, rompió dos vasos, mezclaba cerveza con whisky, parecía que con ello mitigaba el dolor de no poder tener a Marla en su poder aun siendo suya, el no poder tenerla siempre. Mientras sonaba la música, el Literato se acerca y le susurro a Marla al oído, hoy quiero tirar contigo.
Enfrascados en momentos lujuriosos, en besos furiosos, lo cogía del cuello arrastrándolo hacia su boca, él apretaba sus caderas contra su cuerpo, los dos sabían que era prohibido pero siempre ese dulce de lo prohibido atrapa, enceguece, perturba. Al otro lado de la habitación, su amigo, enamorado de Marla, tirado enceguecido e inconsciente por el licor mientras ellos volaban hacia un destino final. Esa tarde se poseyeron. Él se vistió y se fui del departamento, al salir vio a su amigo aún tirado en el sofá, con ronquidos profundos y ensordecedores. A los minutos ella se dio cuenta que estaba sola en la cama, se levantó y camino lentamente hacia la sala y vio en el sofá a su enamorada, se acercó hacia él y le dio un beso suave en la mejilla. Por la calle, él pensaba en lo ocurrido, mas allá de sentirse mal por la traición a su amigo, esperaba que de alguna forma ese sea el detonante para que su amigo deje aquella casquivana mujer.
Cada vez había más humo en la reunión, la música se escuchaba con más fuerza o quizás el licor más enraizado en el cuerpo hacían que se escuche con más fuerza, el periodista y el escritor ya se habían ido de la reunión, Marla quedó a merced de ese susurro en el oído. Su enamorado seguía causando destrozos, la amargura y resentimiento vino acompañado de desequilibrio, él sabía lo forajida e infiel que era Marla, pero era un imán, se sentía más que atraído y sabía que ella sería su perdición. Marla lo calmaba y logro echarlo en el sofá, donde el mismo ronquido fuerte volvió a aparecer, estaba totalmente inconsciente, y ella respiró con alivio. Volteó y miró entre los personas al Literato, él también la miró, bebió una bocanada más de su vaso con cerveza y subió al segundo piso, Marla siguió sus pasos. Cuando ella se encontró en la oscuridad del segundo piso, el se abalanzó hacia ella y la besó contra el estante de libros apiñados, algunos de ellos cayeron, sus manos recorrieron sus piernas y se apresuraron a sacar la panti negra y desabotonar la blusa con aquel escote, ella arañaba su espalda, los dos cayeron a la cama y llegaron al final, al final de los finales. Los gemidos y los gritos se Marla se mesclaban con la música de Calamaro, no se puede, no se puede vivir del amor. El Literato se coloca un pantalón, el dolor de cabeza es insoportable, baja las escaleras, olor a cigarro y botellas desparramadas por todo su departamento y su amigo tirado en el sofá con el mismo ronquido insoportable de aquella primera vez que la hizo suya, tanto ha pasado y este imbécil sigue con ella.
(...)

Suena el timbre de su departamento, yo voy mi amor, Marla sigue sin moverse en la cama mirando televisión, él abre la puerta mira a la izquierda y derecha, no hay nadie, descubre una caja negra pequeña al pie de la puerta, se agacha, la recoge, cierra la puerta y se sienta en el sofá, abre la cajita y saca lentamente las pantis negras de Marla.

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