EL Tortugon

Era un día como cualquier otro, salimos de las clases muy cansados de fastidiar a los profesores y también de algunos momentos de estudio, que la verdad eran muy pocos. Tengo el recuerdo de todos los profesores que nos enseñaron esos 5 años de secundaria, algunos solo estuvieron con nosotros un años, otros dos y otros permanecieron los cincos años de nuestra estadía en esos salones del San Francisco Javier (colegios Jesuita ubicado en Breña, no muy conocido por la familia jesuita, pero sin duda uno de los mejores).

Recuerdos que van y viene de muchos profesores, pero recuerdo uno en especial, uno que se gano nuestro rechazo y repudio que poniéndome a pensar fríamente no se porque.

Corría el año de 1996, estábamos en tercero de secundaria, eran épocas de guerra, épocas de 05 en conducta, de condicionamientos por bajo rendimiento, de salones de recuperación (salón que cumplía la función de albergar a los alumnos que habían estado haciendo mas chacota durante el día) y de suspensiones.

Nuestro colegios tenia la sana costumbre todos los años de servir de escuela entrenamiento a futuros profesores, algunos de ellos eran graduados de la Universidad Católica, otros eran jesuitas que estaban en etapa de formación, etc. Ese mismo año entro un aspirante a jesuita, un patita medio regordete, blancón, pelo corto lacio y muy bonachón. La primera mitad del año observaba al profesor titular, observaba y estudiaba su metodología de enseñanza para luego él tomar la batuta del curso.

No se si no se dio cuenta o tenia muchos cojones, porque esa primera mitad de observación se tuvo que dar cuenta que no éramos una salón normal, sino que éramos un salón que estaban dispuesto a todo con tal de fastidiar. Quizá debió retirarse en ese instante o quizás no, en todo caso no se si por valentía o por cuestiones de reglas dentro de la congregación jesuita, se quedó con nosotros hasta final de año.

Desde los primeros días notamos un defecto físico en él, defecto que fue tomado para múltiples burlas y apodos, pero el que mas recuerdo y el caía perfectamente con su anatomía era TORTUGON. El motivo de su apodo era su falta de cuello, era una cosa impresionante, como entre su tronco y cabeza no había nada de nada, solo se notaba el cuello de la camisa, pero no más.

Creo que nunca se pudo imaginar que dentro de un colegio jesuita, en donde se supone que hay una disciplina estricta, podía haber un salón tan jodido como el nuestro, quizá maldijo al cura que lo mando ahí o se le cruzo por la mente colgar la sotana.

En su afán de parar a la turba enardecida de tercero de secundaria, tome una medida drástica, que consistió en informar al Padre Director de todas las palomilladas que hacíamos; grave error, pues con ellos lo empezamos a ver con muy mala cara. Lo que pasaba, era que estábamos en la mira del Director y esas acusaciones que se nos hacían acababan por hundirnos más.

Yo me sentaba en la ultima fila del salón, lugar perfecto para hacer cualquier travesura y esconderse rápidamente, desde ahí vi las distintas bromas que le jugábamos, como silbar cuando explicaba, bromear con el compañero del costado, tirar tizas por todos lados, llevar muñecos tortunijas y ponerlos en pleno salón, etc.
Lo que rescato de este personaje era su gran persistencia, porque después de una clase desastrosa, en donde solo el 0.1% del salón te ha hecho caso, regresaba a la clase siguiente con las mismas ganas de enseñarnos algo de historia, de lo cual nosotros no queríamos saber nada.

Para él era un día como cualquier otro; para nosotros era un día especial; para él un día en el que quizás nosotros estemos un poco más tranquilos; para nosotros un día en el que nos íbamos a divertir muchísimo, para el otro día de lidiar con esos mocosos, para nosotros un día que recordaremos siempre.

Es necesario que nombre a otro profesor, para completar la narración de este día tan especial, un profesor que ya es leyenda dentro de mi colegio, una leyenda viviente pues sigue en perfectas condiciones, laborando dentro del San francisco. Hago referencia a Julio Aguirre, profesor respetado tanto por mi promoción como por otras promociones, crecimos con sus historias espectaculares, que en otra ocasión contare, y con sus recordados adjetivos hacia nosotros.

Julio Aguirre era nuestro profesor de Biología y teníamos clase con él una hora antes de la gran clase de diversión, o sea Historia con el Tortugon. Lo que el profesor Aguirre propuso para su clase, era hacer almidón de yuca; que consistía en exprimir con una tela la yuca rayada y a partir de ello, salía un líquido que se usaba perfectamente como almidón. De por sí el salón se mostró reacio a hacer esa actividad, nos llegaba hacer cosas que demandaran mucho esfuerzo, particularmente me daba mucha flojera estar llevando yucas en mi mochila, pelarlas, rayarlas, mucha vaina.

Pero contra todo pronóstico el día de hacer almidón de yuca llegó, todos estábamos exprimiendo el maldito tubérculo hasta llegar a un punto que ya no salía mas líquido. Después que hicimos esta cosa de yuca, procedimos a la revisión de nuestro profesor, obviamente todos lo hicieron bien y nadie utilizo el líquido ese, que disque era almidón, lo botamos irremediablemente al caño, uno que otro lo llevo a su casa.

Al contrarios de esto, se utilizó la masa que quedó después de la exprimida, era un masa blanca que se adhería al objeto que se le lanzaba, Entonces nos dimos cuenta que en ves de tirar papel podríamos tirar yuca, QUE GRAN IDEA.

Y así fue, todos prepararon sus municiones para la siguiente clase, yo ya tenía una muy buena cantidad de masa acumulada, así que solo nos quedaba esperar a que el siguiente profesor ingresara y comenzara la clase.

A penas el Tortugon piso el suelo de mi salón, ya se escuchaban murmullo y risas, quizás porque mucho de nosotros auguraban una clase tan desastrosa como divertida. El profesor dejó sus cosas en el escritorio y empezó su clase, enseguida empezaron a volar las primeras masas de yuca.

Luego de tirar las primeras municiones de yuca, ya todo llego a un descontrol, todo el salón tiraba yuca a discreción, y llego a ser una guerra sin cuartel. Lo peor de todo, es que a diferencia del papel, la yuca manchaba tanto el piso como las paredes. Cada ves que Tortugon se volteaba escribir a la pizarra, empezábamos a tirar yuca a todo el mundo y tanto los uniformes como las paredes y el piso, pagaban los platos rotos. . Luego, y ya en el clímax de la guerra, ya no nos importó si el profesor estaba viendo o no, solo tirábamos yuca, si no nos veían, bien, y si nos veían, que importaba.

La verdad, era unos chiquillos irrespetuosos, esto no lo hubiéramos hecho con profesores como Aguirre ni Janet, que aunque muy chata, gozaba de algún respeto nuestro. Pero llámenlo destino o cualquier otra cosa, pero justo esa clase en la que teníamos planeado la diversión tuvo que aparecer él, el profesor menos respetado por nosotros y el más odiado.

Recuerdo que nuestros pantalones eran de ese color, si, si, ese color característicos de colegios nacionales; un color rata bien feo que al final lo llegué a querer; pero con la diferencia que no éramos un colegio nacional. Debido a los jueguitos con esa masa blanca, nuestros pantalones quedaron muy manchados, se veían muy sucios, pero eso no nos detuvo ni nos importó.

Seguimos vacilándonos y tirando esa masa, el profesor no sabía que hacer, ya tenía varios nombres en el parte. El parte era una hoja en la cual, por clase, se ponía a los alumnos que habían hecho desorden; y finalizado el día escolar, estos alumnos se quedaban en un salón vigilados por el Padre director para recuperar el tiempo perdido.

En esa clase mi nombre, obviamente, fue a parar a dicho papel, acompañado de muchos otros nombres como: Miguel Ángel Moreno, Luís Antonio Mendives, Marcelo García, etc. así seguía una lista que no tenía fin.

El profesor no sabía que hacer, si ponerse a llorar o ponerse a tirar yuca con nosotros, pero lo que hizo fue muy gallardo y un poco estúpido, siguió su clase como si no pasara nada.
Al verlo que seguía su clase como si nada pasara, nosotros empezamos a jugar con mucho más ganas, masa de yuca por acá, masa de yuca por allá, masa de yuca por allacullay, no me tires oe, ya te cagaste, sueva que ahí ta el Tortugon, te apuesto que no le tiras al profe, te apuesto que si la hago, a ver. Y así fue como el profesor entro en nuestro juego, primero fue una masa en la pizarra, luego otro poco, y asi entro a esta pequeña guerra (que se convirtió en grande) de yuquita.

Recuerdo que desde mi último asiento en la clase, se veía la pizarra llena de yuca, y el profe sentado en su carpeta, hasta que sonó el timbre de recreo, por su puesto nosotros estabas contentos de toda esta situación, pero el profe no se veía muy animado. Había rastro de yuca en su camisa, era el precio que tenía que pasar por ser uno de los profesores que estaban en nuestra lista negra y nunca llegó a congeniar con mi promo todo ese medio año.

Claro que este relato solo fue un día más de los muchos que le hicimos pasar, pero es el que más recuerdo y el que mas risa me da; rio mucho de la vehemencia de adolescente que no nos hacia medir nuestro comportamiento. Dicen que la adolescencia es difícil, el profesor habrá tenido que decirse eso múltiples veces esas dos horas de clase, porque no se como pudo soportarnos.

Cuando hablo con gente de mi universidad, siempre me escuchan y no creen que hayamos hecho todas esas cosas en el colegio, pero esta fue una de las muchas cosas que hicimos, una de las mas suaves, porque hicimos otras palomilladas que nos costo mucho.

Ya estando en la universidad, salimos con un amigo de mi promo y nuestras respectivas enamoradas a una discoteca, a disfrutar de un sábado por la noche. Luego de unas jarras de cerveza y unos bailes, él me pasó la voz y me dice que vea a la otra mesa, si, era él, nuevamente, después de tanto tiempo.

Estaba el Tortugon en una mesa con unas chicas y unos amigos, ¡increíble!, estaba tomando cerveza y pasándola bien con una flaca, quizá su afán. Nos acercamos a su mesa y nos saludo sorprendido y podría decir, que se alegró, Hola que tal, como están; bien todo bien, luego que conversamos un momento, supe que había dejado el seminario, y que ya no sería cura.

Todo en la vida cambia y todo en la vida sucede de la forma como menos lo piensas, pensé que no me saludaría o quizás no se acordaría de nosotros, pero nos saludo, que gusto verlos muchachos, y encima le dios gusto conversar con nosotros. Es extraño, después que le habíamos hecho la vida casi imposible a ese individuo, a él le daba gusto vernos, era increíble, pero comprendí que siempre supo que todo lo que hacíamos era parte de una etapa y también era parte de crecer.

Lo que si se, es que ese año no hubiera sido tan chévere sin su presencia. Si, le hicimos la vida imposible, pero también nos divertimos mucho, además que fue uno de los profesores que llego a ver a mi promo en su totalidad, pues muchos de mis amigos que estuvieron ese año, se fueron, y no por propia voluntad, pero eso es parte de otra historia.

Lo que me reconforta es que contribuimos a que el Tortugon se diera cuenta que ser cura no era su vocación.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
WOW, que linda historia, sigue escribiendo que me haces recordar mis epocas de estudiante. CHVR
Y que lindo que ese profe los perdono de verdad, para mi que se divirtio despues de la clase recordando de ustedes y se dio cuenta que la vida es una y hay que disfrutarla por eso colgo los habitos.
Bendiciones

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