Chiquititud


Eran épocas en que mi mundo giraba en una sola cuadra, el amor y la diversión se resumían en varios metros de asfalto y no había necesidad de descubrir más allá. Con el paso de los años ese espacio se volvió chico y sus fronteras se volvieron invisibles. Por aquellos días el joven amor se hallaba al cruzar la pista, subiendo 5 pisos de un antiguo edificio, pasando por la casa de la señora Pocha, la señora Elena, la señora Enriqueta, escuchando los gritos de mi amigo Carlitos cuando su mamá se hallaba en el duro trabajo de enrumbarlo por el buen camino (y lo logró) hasta llegar, después de toda una travesía, al último piso, piso donde vivía mi vecina Melissa, amor de infancia, amor de niño.

Melissa fue la primera niña que vi y la más simpática de toda mi cuadra, no sé por qué, pero desde mis recuerdos vagos de esos días todos me fastidiaban con ella y yo, aunque un poco abochornado, no ofrecía mayor rechazo ante estos primeros intentos de emparejarme por parte de mis amigos y en ocasiones de mi hermano.

El grupo de niños de la cuadra, al cual pertenecía, solía juntarse para jugar en las largas vacaciones escolares que en esa época teníamos, en muchas ocasiones integrábamos al grupo de niñas entre ellas Melissa, tratando así de buscar juegos en los cuales podríamos compartir juntos, uno de esos juegos fue el archi conocido Escondidas, juego que creaba la situación perfecta para esconderse con la chica que era de tu agrado.

Por alguna razón casi todos se escondieron detrás de un Wolsvagen rojo en el cual Melissa y yo nos habíamos escondido, y luego de estar escondidos comenzaron esta suerte de prueba o reto de poder besar a una chica. Era la situación más incómoda que había tenido en mi corta vida, besar a la chica que me gustaba, a la chica que veía todos los días, custodiado por muchas miradas impacientes.

Primero fue el beso de un amigo con Roxana, luego siguió mi turno junto a Melissa, ambos visiblemente abochornados mientras el corazón me daba de brincos y sentía como nos acercábamos de a pocos, solo recuerdo un pequeño y fugaz beso totalmente inocente. Luego de ese episodio salimos de detrás de ese Wolsvagen y seguimos con el juego. Seguí viendo a Melissa por el resto del verano, y también experimenté cómo cada año crecíamos y nuestras vidas iban tomando rumbos distintos, la collera del barrio nunca volvió a ser la misma, yo adopté nuevos amigos en mi colegio y toda la gente de aquel edificio fue partiendo, a tal punto que muchos años el edificio de frente de mi casa lucio una sombría soledad.

Melissa se fue de viaje y aunque a veces me nace las ganas de saber que fue de su vida, creo que será muy difícil encontrarla, no se su paradero y solo me queda la ilusión de que algún día se acuerde de estos metros de asfalto y de ese gran edificio que en algún momento fueron nuestro mundo.

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